domingo, 2 de diciembre de 2007

Que siete años no es nada...


Diferentes estudios científicos se empeñan en demostrar que el amor no es para siempre. Una diputada alemana incluso ha propuesto que el matrimonio tenga fecha de caducidad a los 7 años. Mientras, los españoles duramos 13,8 años unidos. ¿Nos dejamos llevar por la rutina o hay secretos para que la pasión no se esfume?

¿Qué hubiera pasado si Romeo y Julieta se hubieran podido casar? ¿Habrían resistido con esa pasión incontrolable los envites de la convivencia, los dolores de cabeza, los problemas económicos, las discusiones por la educación de los niños… O su amor se habría ido diluyendo hasta llegar a la crisis de los siete años? ¿Y Penélope y Ulises? Si Ulises hubiera estado en casa todo el día, en vez de la Troya a la Ceca, ¿Penélope habría pasado a la Historia como la gran enamorada o habría cedido a la tentación de alguno de sus pretendientes? ¿Y Ulises? ¿Habría echado una cana al aire con una de las sirenas en alguno de sus viajes de trabajo?

Que la convivencia mata al amor y que después de algunos años el otro deja de ser de color de rosa para aparecer con toda su gama cromática, incluido el negro, es algo que la literatura, el cine, los humoristas y el refranero popular no han parado de recordarnos a lo largo de la Historia.


Para toda la vida. Algunos piensan que eso sería en un mundo perfecto y en el fondo envidian a los que tienen ese convencimiento.

En cualquier caso, lo de la crisis de los siete años es algo de lo que se viene hablando desde hace décadas. La película de Billy Wilder que en España se tradujo como La tentación vive arriba tenía como título original The Seven Years Itch (La urticaria del séptimo año). Aunque este filme puede que no sea demasiado representativo, ya que si uno tiene de vecina a una Marilyn Monroe que le explica que pone la ropa interior en el congelador porque tiene muuucho calor, da igual que uno lleve casado siete días o siete años, porque la crisis no es que esté asegurada es que está casi justificada...

Los expertos hablan de un tiempo comprendido entre los cuatro y los siete años y la explicación a esa revolución, que no siempre tiene que acabar en ruptura, es antropológica y biológica, aunque muchos científicos y la mayoría de los psicólogos se niegan a aceptar que el amor sea únicamente una cuestión de «física y química».
Las teorías antropológicas afirman, como recoge Eduardo Punset en su libro El viaje al amor (Planeta), que nuestros antepasados formaban una pareja porque la cría humana tarda mucho tiempo en ser independiente y necesitaba dos adultos en sus primeros años de vida. Uno que la cuidara y otro que buscara alimento. Cuando el niño rozaba los 7 años, ya no era necesario que hubiera dos personas criándole, así que, a no ser que se tuviera otro hijo, no hacía falta que la pareja siguiera junta. Eso es algo que se ha quedado incrustado en nuestro mapa genético y que puede explicar la famosa «crisis del séptimo año».

Y dentro de ese periodo de tiempo estableció una serie de fases: la lujuria, la atracción y la unión, que definirían las etapas de amor. La primera (el deseo sexual) sería producto de la testosterona; la atracción (el enamoramiento, lo siguiente a una «noche loca») tendría que ver con los niveles bajos de serotonina y con la dopamina (el neurotransmisor que se relaciona con la sensación de bienestar; de hecho si a una rata le inyectas dopamina, se «enamora» inmediatamente del ratón que tenga delante, sea el que sea). Y en la tercera fase, la de unión estable, entrarían en juego la oxitocina (esencial también a la hora de establecer el vínculo entre la madre y el recién nacido) y la vasopresina.

Esto es a grandes rasgos, pero resulta especialmente curioso un trabajo elaborado por el departamento de Psiquiatría y Neurobiología de la Universidad de Pisa, publicado en Psychoneuroencocrinology, en el que se estudió a 24 personas de ambos sexos que acababan de enamorarse, es decir, que estaban en la primera fase del «amor loco». Los hombres presentaban un nivel menor de testosterona y FSH (hormona del sistema reproductor) del habitual y las mujeres, en cambio, más alto. A los 12 meses los niveles volvían a estar como corresponde. La explicación puede residir en que en esa etapa en la que en el fondo nos pasamos el tiempo engañando al otro, aunque sea inconscientemente, la biología hace que se equilibre el deseo sexual de ambos sexos. Este estudio, claro, sirve para parejas heterosexuales, pero el siguiente no distingue de géneros.


Podría deducirse de todo esto que un modelo perfecto para que la pareja dure sería el famoso LAT (Living Alone Together), es decir, cada uno en su casa y el cepillo de dientes en la de los dos. Pero, en fin, el ejemplo más famoso de ese tipo de relación era el de Woody Allen y Mia Farrow. Y ya sabemos cómo terminó... En cualquier caso, parece que es una tendencia en alza. Aunque en la citada encuesta del CIS a la pregunta de «¿podría decirme cuál de las siguientes formas de vida preferiría usted?», un 55, 6% respondió que «casado», seguido por «vivir con mi pareja sin proyecto de matrimonio» (un 12,2%) y sólo un 2,8% respondió «tener una relación de pareja, manteniendo domicilios separados». Estas respuestas hacen pensar que quizá sea cosa del carácter latino... No hay más que fijarse en que los contratos prematrimoniales y las separaciones de bienes, que en el mundo anglosajón son algo habitual, en España todavía suenan a insulto si una de las partes lo propone.

Mientras pasan esos años...viva el amor!

1 comentario:

Miquel Lorente dijo...

Molt curiós, açò ratifica allò de que el amor es eterno mientras dura