Cuando el Che preguntó a Perfecto Romero si iba a la guerra desarmado, éste le señaló su cámara de fotos. Desde ese momento caminó junto a él y fue testigo de los episodios más importantes de su vida, como su encuentro con Aleida March, que se convertiría en su segunda mujer...





Cuenta César Lucas que el 3 de junio de 1959, pocos días después de haber cumplido los 18 años, le encargaron uno de sus primeros trabajos periodísticos. Tenía que ir a Barajas y acompañar a Ernesto Che Guevara, jefe de la Milicia y director del Instituto de Reforma Agraria, que hacía escala en Madrid. El Che, que venía acompañado por dos compañeros, iba a El Cairo a la primera conferencia de los países no alineados, pero aterrizó en Madrid un sábado por la tarde y no despegó hacia la capital egipcia hasta el mediodía del domingo.
Esperó a que aterrizara en compañía de dos miembros de la embajada, que estaban allí para llevarlo al hotel Plaza. Allí lo dejaron, con la promesa de verse a las seis de la mañana del día siguiente. El Che mostró su interés por conocer todo lo que tenía relación con la universidad, pero también quería ver una plaza de toros y hacer compras.
Su visita estaba considerada absolutamente privada, pues en realidad no era más que un viajero en tránsito que, en vez de permanecer en el aeropuerto a la espera del avión, iba a estar en un hotel. Por eso, durante aquellas horas no hubo ni encuentros políticos ni ruedas de prensa.
Al día siguiente, a las seis en punto, iniciaron a pie el paseo hasta la Universidad Complutense. César Lucas apenas recuerda de qué hablaba. “Yo estaba concentrado sobre todo en que las fotos que tomara demostraran que el Che estaba en Madrid. Vimos la universidad y él se interesó por los campos de deportes, después recorrimos toda la Gran Vía hasta una cafetería donde desayunamos”. En aquella época, prácticamente nadie conocía al Che. Aún no se había convertido en icono para pósteres y camisetas. Se cruzaron con mucha gente y nadie le reconoció. Sólo un hombre, al verlo con el uniforme y la boina y flanqueado por otros dos soldados, señaló a su mujer: “Ése de en medio debe de ser Fidel Castro”. Aún quedaban unos años para que la leyenda lo hiciera inconfundible. Al ser domingo todo en Madrid estaba cerrado. Sin embargo, las puertas se abrían ante su nombre. Domingo Dominguín, propietario de la plaza de toros de Vista Alegre, no estaba en la capital, pero dejó dadas las instrucciones para que el comandante pudiera entrar y visitarla. Lo mismo ocurrió en Galerías Preciados, que entonces se levantaba en la plaza de Callao. El Che hizo sus compras y volvió caminando hasta el hotel. Cogió su equipaje y partió hacia El Cairo.
Esperó a que aterrizara en compañía de dos miembros de la embajada, que estaban allí para llevarlo al hotel Plaza. Allí lo dejaron, con la promesa de verse a las seis de la mañana del día siguiente. El Che mostró su interés por conocer todo lo que tenía relación con la universidad, pero también quería ver una plaza de toros y hacer compras.
Su visita estaba considerada absolutamente privada, pues en realidad no era más que un viajero en tránsito que, en vez de permanecer en el aeropuerto a la espera del avión, iba a estar en un hotel. Por eso, durante aquellas horas no hubo ni encuentros políticos ni ruedas de prensa.
Al día siguiente, a las seis en punto, iniciaron a pie el paseo hasta la Universidad Complutense. César Lucas apenas recuerda de qué hablaba. “Yo estaba concentrado sobre todo en que las fotos que tomara demostraran que el Che estaba en Madrid. Vimos la universidad y él se interesó por los campos de deportes, después recorrimos toda la Gran Vía hasta una cafetería donde desayunamos”. En aquella época, prácticamente nadie conocía al Che. Aún no se había convertido en icono para pósteres y camisetas. Se cruzaron con mucha gente y nadie le reconoció. Sólo un hombre, al verlo con el uniforme y la boina y flanqueado por otros dos soldados, señaló a su mujer: “Ése de en medio debe de ser Fidel Castro”. Aún quedaban unos años para que la leyenda lo hiciera inconfundible. Al ser domingo todo en Madrid estaba cerrado. Sin embargo, las puertas se abrían ante su nombre. Domingo Dominguín, propietario de la plaza de toros de Vista Alegre, no estaba en la capital, pero dejó dadas las instrucciones para que el comandante pudiera entrar y visitarla. Lo mismo ocurrió en Galerías Preciados, que entonces se levantaba en la plaza de Callao. El Che hizo sus compras y volvió caminando hasta el hotel. Cogió su equipaje y partió hacia El Cairo.
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